Es difícil encajar SurfClinic dentro del panorama actual del mundo de surf profesional (por darle un nombre castellano a la expesión “surf business”), bueno en realidad siempre ha sido difícil en cuanto se trata de una realidad absolutamente diferente al resto de las escuelas de surf. En primer lugar la nuestra es la escuela de una asociación deportiva, por lo que escapa de la lógica del beneficio económico para encuadrarse de alguna manera en la de la promoción de un deporte que durante años ha estado muy apartado de los gustos de las masas. Cuando creamos SurfClinic no había apenas escuelas de surf en el Norte de la Península Ibérica, y por supuesto no había nada parecido en la zona del Cabo Peñas. Es por eso que decidimos llamarla “La Escuela de Surf del Cabo Peñas”. Inscripción que durante años lució, y aún luce orgullosa, en los laterales de nuestra vieja y fiel furgoneta blanca.
SurfClinic se creó con dos objetivos. El primero fomentar el surf entre la población local y hacer de nuestro amado Cabo un lugar de referencia para este deporte. El segundo era atraer un turismo sostenible que pudiera aportar riqueza económica a una zona machacada por la crisis industrial a través del deporte, por lo que realizamos una intensa tarea de promoción fuera de España. Habiendo trabajado en el sector de la enseñanza del surf en América y después en Italia, concentramos nuestros esfuerzos sobretodo en esos dos países. De hecho el modelo organizativo y didáctico de nuestra escuela provenía de antiguas escuelas de surf Californianas y Hawaiianas con la que siempre hemos estado en contacto. El poco beneficio directo que nos daba lo fuimos reinvirtiendo integramente en material para que los locales sin material y tod@s los visitantes pudiesen surfear. Nuestros surfers venían y aportaban su granito de arena a la economía local, consumiento en las tiendas, en los bares, en los restaurantes. Eran poc@s, pero estás cosas para que sean buenas tienen que ser así, poco a poco, respetanto a la población local y sus costumbres. Obviamente por aquel entonces no pensábamos que una masificiación surfera como la que está sucediendo en algunos lugares de la costa fuese posible y aún estamos convencidos que dicha manifestación se debe a esa gran parte del surf business (escuelas, camps, etc) cuya intención es sólo ganar dinero a toda costa trayendo cientos de surfers que para ellos no son otra cosa que “bolsas” llenas de billetes. Nosotros nunca hemos concebido esta actividad de esa manera y mucho menos hemos considerado a nuestros surfers como clientes.
Nuestra historia tiene profundas raíces en el Cabo Peñas y en el mar Cantábrico. Procedemos de Candás, de familias marineras que han conocido la tragedía en forma de naufrágios y desaparición de personas. La mayoría de las familias de esta zona ha “donado” al mar parte de su sangre, como contributo involuntario y doloroso. Y no es fácil crecer en un pueblo de pescadores y ser la primera generación, o la segunda si contamos las experiencias de “Chuchi” -un querido primo de mi padre que fue el primero en traer una tabla de surf a Candás y surfearla allá por finales de los 60’s-. No es fácil crecer en un pueblo de pescadores y amar un deporte que implica entrar al agua cuando las condiciones se ponen duras, es decir cuando nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y resto de ancestros, salían del océano para amarrar la flota en puerto seguro a la espera de que el temporal amainase. La mayoría de nuestr@s madres y padres se han dedicado al trabajo en tierra, ell@s son la primera generación que decidió buscarse la vida en la industria más allá de la pesquera y derivadas, mienstras nosotr@s somos la primera que se dedica a gastar su tiempo de ocio, o de trabajo, jugando con las marejadas que antaño daban tanto sufrimiento a nuestras familias. Cuando éramos pequeños los pescadores y marineros nos miraban con recelo o se reían de nuestra osadía. Nunca les quitamos la razón y siempre hemos respetado su manera de ver las cosas porque esas personas, guelos y guelas (no encuentro las diéresis en este teclado!), son precisamente la causa de nuestro amor y respeto por el océano.
En 1979 más o menos llegó a casa nuestro primer skateboard, una tabla con la que emular los movimientos sobre las olas. Y llegó porque no había nieve. Sí, he dicho nieve. Aunque procedemos de la costa nuestras familias, por parte de padre y de madre, son esquiadores. También en esto somo en cierto modo pioneros. Gente de la Costa que amaba las montañas y se dedicaban a esquiar y caminar con los pocos medios que tenían. Mis prim@s, mi hermano y yo heredamos dicha pasión. Y en 1979 no había mucha nieve en las montañas, o quizá no había medios para desplazarse a la nieve. En fin, no se. El hecho es que mi tío Mili consiguió un par de ejes de skateboard y de ruedas en la tienda de esquí donde trabajaba, Los Castros, en Avilés. Y mi tío Franci construyo una tabla de aluminio. Montarón un skate fabuloso para mi primo mayor, José. Cuando éste se cansó del skate, César y yo lo heredamos y así nació nuestra pasión por el skate. El surf vino algo después, cuando ya teníamos unos añitos más y el mismo primo mayor llegó a casa con una vieja single fin usadísima, pero que a nosotros nos parecía de oro puro. Así que comenzamos a llevarla a la playa y a intentar surfear con ella. Pero atención, que aquí viene una parte interesante. Lo que habíamos visto en películas y en algunas fotos de revistas no especializadas era sólo surfers cabalgando las olas, nunca habíamos visto surfers poniéndose de pie, por lo que no conocíamos el proceso para coger una ola y subirnos a la tabla. Todo eso llegó poco a poco, observando a surfers bastante mayores que nosotros que lo hacían en Xixón y en Salinas.