Venimos de un pequeño pueblo situado en la costa este del Cabo Peñas, Candás. Las familias de origen de mi padre (Rapusos, Chucharos y Rosina Miterio) Siro, llevan arraigadas allí desde tiempos que ni el árbol genealógico es capaz de dilucidar. Por parte de mi madre venimos de la zona del Valle de Valdebezana, concretamente de Consortes, Hoz y originalmente de Munilla, en Burgos. Ellos llegarón a Avilés a mediados del XX cuando transladaron la fábrica de Cristalería Española desde Arija hasta esta villa asturiana. Nacimos precisamente en Avilés y allí estuvimos viviendo, entre la Avenida de Los Telares (entonces Avenida de Lugo), Jardín de Cantos y El Nodo (Barrio de Pescadores). Irnos a vivir a Candás supuso para nosotros una gran oportunidad de libertad, pasábamos de jugar a pie de calle, en el aserradero de la estación de tren de RENFE (que hoy ocupan los andenes de los autobuses), o en los praos de San Cristobal a tener un enorme área rural al lado de casa que colinda directamente con el mar. Desde pequeños solíamos desplazarnos caminando o en bici a las playas de la zona, en verano y en invierno. Íbamos a pescar, a jugar entre las rocas, a buscar piedras. Cualquier cosa para vivir aventuras. Recorrimos miles de veces las carreteras y caleyes (caminos) del Cabo Peñas, primero caminando, luego en bici. Ya de adolescentes nos compraron una moto, azul. Una pequeña Suzuki, que por aquel entonces se fabricaban en la fábrica del Natahoyo. Solíamos ir a surfear con el tren, o con el autobús, en función de la playa que tocase en cada momento y de la disponibilidad de los medios de transporte. Imagino que sabréis que en las zonas rurales, y la mayoría de las playas de esta zona son así, el transporte público suele mantener frecuencias bastante dilatadas, sino inexistentes. En verano no solía haber problema pero durante le resto del año tocaba dar la brasa a papá, o al padre de algún amigo (generalmente a Luis, el padre de Javi), o arreglárselas con la bici, con la moto o a pie. Con las dificultades que eso conllevaba, aunque solían llevarse bastante bien dada la diversión que nos aseguraban estas pequeñas aventuras infantiles.
Xagó por entonces era una playa absolutamente desierta en invierno y relativamente poco frecuentada en verano. Los surfers solían preferir playas más urbanas, como San Lorenzo en Xixón, Salinas o San Juan. El Cabo era por lo tanto el pequeño reino de los pocos, unos 10-20 surfers, residentes en Candás, Luanco y Bañugues. Encontrar a alguien surfeando en “nuestras” playas de lunes a viernes, incluso por las tardes, era raro, así como era realmente difícil encontrar a alguien los sábados por la tarde. Los días y horarios típicos eran sábado y domingo por las mañanas. El resto del tiempo te encontrabas las playas tan vacías que daba hasta miedo entrar solo. Por daros una idea, en la playa de Xagó, incluso en verano, era complicado encontrar más de diez personas en el agua hasta más o menos el 91 ó 92 cuando los surfers de nuestra generación comenzamos a tener edad para sacar el carnet de conducir. Los pocos surfers que hasta el momento se movían en coche propio solían ser unos pocos salineros o xixonudos de la generación anterior (la segunda generación de surf asturiana, nosotros somos la tercera). Los salineros eran bastante tranquilos, se dejaban ver rara vez por el Cabo pues con Salinas y San Juan tenían bastante variedad para surfear. Los xixonudos solían moverse hacia el este de Xixón, Playa España y Rodiles. No se puede decir que ejercieran una gran influencia entre los pocos surfers del Cabo, nosotros no teníamos referentes. Eso sí, era bonito verles surfear e interactuar con ellos cuando nos los encontrábamos en la zona o cuando nos desplazábamos a sus áreas. Por lo que en nuestra zona hasta esa fecha eran frecuentes los baños en solitario o casi. ¿Mejor que ahora? No lo sé, sinceramente se hacía duro surfear sólo, o quedarte sin surfear por no ir solo y verte casi “forzado” a ir a la disco porque era la única manera de socializar ya que casi nadie prefería un baño un sábado por la tarde a la fiesta.
Por cierto imaginad por un momento que las emociones tuviesen sabor…¿hecho? Pues otro día os hablo de como nuestros viajes a Salinas y San Juan tenían un extraño pero maravilloso sabor a una mezcla entre California y Manchester.